En la salud y en la enfermedad.
En la tristeza y en la alegría.
En la pobreza y la riqueza.
Ni siquiera la muerte nos separará.
… Por eso, decidí dejártelo todo a ti.
Prólogo – Primer amor
… Mi primer amor fue con un cadáver.
“…”
Su respiración salía al mismo tiempo que su corazón latía. Kuga Mushiki se quedó parado en ese lugar, sin poder entender en absoluto lo que eran todos esos sentimientos moviéndose violentamente en su interior. Él no era un asesino con gustos grotescos, y definitivamente tampoco era ningún necrófilo; o al menos así creía él, pues jamás había asesinado a una persona y tampoco había sentido deseo alguno de coleccionar fotos de muertos. De hecho, era el tipo de persona que, al igual que cualquiera en sus cabales, siente su debido rechazo a ese tipo de cosas. Y, aun así, no era capaz de apartar la vista de “aquello” que tenía frente a sus ojos.
Sí, aquello, una chica bañada en sangre y tirada de espaldas en el suelo. Su edad a simple vista parecía ser de dieciséis, tal vez incluso diecisiete años. Su rostro ya empezaba a desarrollar el encanto de una mujer adulta, pero todavía conservaba parte de la inocencia de una niña. Las luces de la ciudad llegaban hacia ella, iluminando su largo cabello que no acababa de decidir si era rubio o plateado. Tenía los ojos cerrados, por lo que no era posible ver su color, pero la forma de su rostro y nariz bien definida la hacían parecer casi inhumana, como si fuese una pequeña muñeca. Y, como si estuviera añadiendo una decoración más a su apariencia, en el centro de su pecho tenía una gran mancha de sangre, tan roja como el color de una rosa, que todavía se seguía expandiendo por el suelo sobre el que estaba tirada.
Aquello era
tan dramático,
cruel…
Tan extrañamente…
hermoso; un escenario tan magnífico que haría que cualquiera perdiese el aliento.
Aaah, parece que ya no cabe duda.
De seguro, Mushiki, por primera vez en su vida… se enamoró.
“… T-Tú…”
“¡…!”
Pasaron unos instantes. Luego de unos segundos, Mushiki regresó en sí guiado por aquella voz que parecía estar a punto de desvanecerse. Sí, la chica tirada en el suelo, aunque de forma débil, le estaba hablando a él.
Todavía está viva…
Mushiki sintió vergüenza por sus pensamientos de hacía un rato. Pero lo que más sintió fue tranquilidad al ver que la chica todavía estaba con vida.
“¡¿Te encuentras bien?! ¡¿Qué fue lo que te pasó?!”
Mushiki frunció las cejas y rápidamente se agachó al lado de la chica, hablándole. Los pensamientos en su cabeza eran un total desastre, pues todavía no entendía nada de lo que estaba pasando. Por suerte, todavía le quedaba algo de raciocinio para pensar desesperadamente en que tenía que ayudar a esta chica.
La chica comenzó a abrir lentamente los ojos. Eran unos ojos casi irreales, con varios colores conviviendo entre sí. Aquellos ojos miraron fijamente al rostro pálido de Mushiki, como si estuviera acariciándolo.
“… Haa, haa… Ya veo… Bastante increíble… Aah… Pero, pensándolo bien… me alegro de que seas tú… la última persona… que pude ver…”
“¿Eh…?”
Mushiki puso una expresión de confusión, sin poder entender aquellas palabras de la chica. Tal vez estaba delirando por la pérdida de sangre, y no sería nada raro en su situación. Debía recibir un tratamiento adecuado lo antes posible. El problema era que Mushiki no tenía ningún equipo de primeros auxilios, tampoco conocimientos de medicina. Podría llamar a una ambulancia, pero la línea telefónica llevaba cortada ya un buen rato. Eso lo dejaba con una única opción: llevarla él mismo hasta un hospital. Pero ¿qué camino podría tomar para llegar hasta allí, en medio de este mundo totalmente distinto al que conocía?
“…”
En ese momento, Mushiki escuchó unos pequeños pasos detrás de él, por lo que alzó la mirada. No sabía quién podía ser, pero estaba de suerte. Intentase lo que intentase hacer con la chica, él solo no podría lograrlo, por lo que se dio la vuelta para pedir ayuda. Pero…
“¡…! No lo hagas. Huye…“
“Ah…”
Todo sucedió en ese mismo instante. Mushiki soltó una voz, confundido por el dolor ardiente que de repente sintió en el pecho. Al mirarse ahí, se dio cuenta de que el color de aquella flor roja de la chica también se estaba extendiendo en él. En ese momento lo entendió: esto lo había hecho aquella persona que se acercó por la espalda.
“Uh, aah…”
Para cuando se dio cuenta de ello, ya su cuerpo no podía moverse a voluntad. Su vista se puso borrosa y sus piernas y brazos se entumecieron. Lo único que podía sentir era un gran dolor dominando su cuerpo, hasta el punto de cortarle la respiración. Todo esto hizo que no se pudiera mantener más tiempo sentado, y luego se desplomó al lado de la chica.
“…”
Mushiki escuchó esos pasos moviéndose nuevamente, por lo que dedujo que aquella persona ya se estaba marchando. Por desgracia, ahora mismo no podía perseguirla, es más, ni siquiera podía verla bien.
La sangre salió escupida por su boca, cayendo también sobre sus mejillas y por último extendiéndose por el suelo. Su consciencia, asaltada con fuerza por ese gran dolor, comenzó a desvanecerse poco a poco. Todo empezó a pasar a cámara lenta frente a él; su sentido del gusto desapareció, su respiración comenzó a ir más lento y por último su visión fue oscureciéndose. No obstante, dentro de aquellas sensaciones apagándose, hubo algo que sintió, aunque de forma muy débil.
La chica que estaba tirada al lado de él comenzó a arrastrarse con sus últimas fuerzas, dándose la vuelta y tomando el cuerpo de Mushiki.
“… Lo siento. No era mi intención… involucrarte en esto. Pero… lo que ya pasó, no puede ser remediado. Ahora me tendrás… que acompañar en esto, hasta el final…”
La chica dijo esas palabras tocando la mejilla de Mushiki con la mano… y luego unió sus labios con los de él.
“…”
Su sangre y la sangre de la chica se unieron. Fue un primer beso dramático, uno con sabor a sangre. Sin embargo, Mushiki, que ya había perdido todas sus fuerzas, no pudo oponer resistencia. Después, justo antes de que su consciencia se desvaneciera por completo… escuchó los murmullos de la chica con el último sentido que le quedaba: la audición.
“… Te confío, mi mundo…”
Comentarios